jueves, 15 de julio de 2010

Caida libre, 6 de junio

Hace poco mas de un mes decidí que ya era hora de gastar el bono-regalo de un salto en caída libre que me habían regalado el año pasado. De quién sería la idea...
Así que, una calurosa mañana de principios de junio nos pusimos en marcha camino de un lugar de La Mancha de cuyo nombre prefiero no acordarme. Tras llegar al aeródromo y firmar los papeles en los que reconoces que toda la responsabilidad es tuya, tuvimos que esperar un par de horas hasta que nos tocase el turno. En ese intervalo de tiempo, a los que íbamos a saltar nos hicieron un briefing, que desde luego se ganó el nombre, porque nos explicaron las cosas muy rápido y muy brevemente. Lo poco que saqué de ese momento es que para saltar tienes que arquearte hacia atrás, poniendo la cabeza en el hombro del saltador y echando las piernas para atras, mientras mantienes las manos quietas en el arnés; y que recojas las piernas en el aterrizaje todo lo que puedas. Demasiado breve y corto para mi gusto. Cuando me tocó, me llevaron al angar a equiparme. El arnés es muy parecido al que tiene Carlos para el pasajero del biplaza, pero va infinitamente mas apretado, sobretodo en las ingles. Yo que vosotros chicos, me lo pensaba dos veces antes de ponerme eso. Yo creo que me vió tan grande el saltador, de hecho era mas alta que el saltador mas alto que era precisamente él, que se dijo a esta la arqueo yo la espalda. Para mi que se pasó apretándome el arnés, no podía juntar las piernas, y lo que era mas grave, no podía levantarlas correctamente, cosa muy importante para aterrizar. Como podéis ver el mono me quedaba ridículo.

Pues las pintas empeoraron con la chichonera y las gafas, pero creedme que es en lo último que estas pensando en ese momento. Nos subimos a la avioneta mas allá de las doce y media.

El viajecito en la avioneta fue algo para recordar. Ibamos amontonados como sardinas en lata, yo espatarrada por no poder juntar las piernas, en la avionetilla esa sin puerta. Lo que me preocupaba era que no me habían enganchado al saltador e iba sentada junto al hueco del fuselaje, y claro, dadas las horas que eran pillamos turbulencias. Imaginaros la escena, dando tumbos en la avioneta a mas de mil metros de altura, a menos de la longitud de un brazo del vacío sin nada donde agarrame ni estar enganchada a nada. Y encima clavándome el arnés...Eso si, la sonrisa nerviosa solo se me quitaba para ponerme mas blanca que un folio.

Fueron unos 20 minutos de subida, terribles, mezcla de nervios, tensión, espera e intentos de relajación. Ahora las vistas eran impresonantes. Disculpad la calidad de las fotos ya que son capturas de pantalla del video. Cuando llegamos a eso de los 3500 m de altura, andaba yo congelada por entonces.. ¿pero cómo tienen monos de manga corta?? ya se decidieron a engancharme al individuo. Entonces comprendí porque no me habían enganchado antes, porque te tienes que sentar encima suyo, y claro es mas importante que ellos vayan cómodos a que tu vayas seguro...Luego dicen del parapente...Y con todo, llegó la hora de la verdad. Hasta entonces iba intentando convencerme a mi misma de que no pasaba nada. Para aquellos que como yo sufren de vértigo, el momento en el que sacas los pies de la avioneta es inolvidable, es en ese momento cuando tienes que dejar de pensar y hacer lo que te han dicho como un autómata. Esos segundos en los que te quedas prácticamente suspendido en el vacío, mientras el saltador termina de colocarse para saltar, se hacen eternos.

Y entonces caes, la sensación de vacío golpéa todo tu cuerpo y sin darte cuenta, vas de cabeza hacia el suelo. Tu instinto animal por fín consigue saltarse las restricciones que le has ido poniendo y la descarga de adrenalina que provoca es brutal. No he vivido jamás nada similar. Se parece a, cuando te pegan un buen susto, la sensación que tienes durante hasta que el cerebro dice.. eh que no pasa nada; pero multiplicado por 100.000... y me quedo corta. Eso dura una fracción de segundo, luego te estabilizan la caida y viene lo mejor, cuando vas cayendo con un ruido atronador en los oidos, "flotando", la sensación es genial....

Lo malo es que dura muy poco, además el biplaza abre antes que nadie quiero pensar que por seguridad, pero me da a mi que es para que el cámara llegue antes a tierra y te pueda grabar el aterrizaje. Tiran de la anilla y se abre el paracaidas. Y lo que no te avisan, aunque te lo puedes imaginar, es el tirón tan brusco que pega. Mira que es desagradable. Y ojito con esto si tenéis problemas de espalda.

Una vez abierto el paracaídas, el resto del viaje no tiene ningun misterio para un parapentista. Es muy similar aunque la postura es infinitamente mas incómoda, y la maniobrabilidad del trapo es tremenda, bueno aunque mi opinión que sólo he manejado una vela de principiante no es que sea muy constrastada. La tasa de caída del cacharro es tremenda y cuando alcanzamos una altura en la que en parapente todavía te quedan unos cuantos ochos para llegar, me dijeron que recogiese el tren de aterrizaje. Bueno pues, subí todo lo que pude las piernas, me agarré de las rodillas con las manos y tiré con todas mis fuerzas para arriba, pero como me clavaba el arnés en el tendón de la ingle el resultado ya sabéis cual es.... Afortunadamente no quedó en mas que una anécdota mas para que os cachondeéis a mi costa por siempre jamás.

En conclusión, es una experiencia diferente, muy impresionante que quizás todo volador debería probar alguna vez, pero no es volar, es caer por mas cabriolas y vueltas que dén. Me quedo con nuestros queridos trapos voladores...

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