miércoles, 25 de diciembre de 2013

Ruta de los tres valles

Así se titulaba un correo que recibí a principios de septiembre. Y la idea era muy atractiva: Despegar de Venturada, cruzar los valles de los ríos Jarama, Henares y Tajuña hasta la casa de fin de semana de Victor (aka Victornillo), comer de barbacoa, siesta y luego vuelta a Venturada por la tarde. Esto es, entre 70 y 80 Km cada trayecto.

Me lo estuve pensando bastante. Por una parte me atraía la idea de cruzar el Tajuña, que las 2 veces que lo había intentado anteriormente me había tenido que volver con el rabo entre las piernas y apuntalando la vela a soplidos...
Por otra parte, sin embargo, dado lo temprano de la fecha y la longitud del recorrido terminaríamos volando con térmica, lo que teniendo en cuenta mi historial, me provocaba cierta inquietud. Además tengo en mi contra que mi parapente va muy despacio en comparación con lo que vuelan ahora las velas de paramotor (como luego se confirmó).
No me gustaba mucho la idea de lastrar al grupo con la velocidad de mi vela. No tanto a la ida, porque cuando la cosa está tranquila como se preveía a primera, hora suelto trimer y con un poco de cuidado de ir recortando las esquinas más o menos se puede igualar con la velocidad del resto. Yo le temía al Tajuña cuando estuviéramos llegando y a la vuelta, que nos comeríamos la parte más movida con los restos de las últimas térmicas.

Lo que definitivamente me terminó de animar, fué pensar que volaría en (muy buena y nutrida) compañía. Bueno, también confieso que llevaba mucho tiempo sin volar, y el gusanillo, ya se sabe... Para contrarrestar el tema de la velocidad, decidí salir de cerca de casa, para unirme a la fiesta a mitad de camino, y a la vuelta, pues igual.
Lo consulté con Víctor y decidimos cual sería el punto de encuentro más adecuado. Así el sábado amanecí a las 7:30, habiendo dormido mal y hecho un manojo de nervios. Para calmarme, nada mejor que un desayuno equilibrado: un bocata de chorizo con una taza de té (es que una cerveza a esa hora me pareció un poco fuerte) y un poco de chocolate (a modo de postre). Cargué todo en la furgoneta, y salí al despegue, que en esta época es abundante. Sara me acompañaba para luego llevarse de vuelta la furgo.

El despegue estaba perfecto. Es un campo por donde suele pasar ganado que lo deja bastante limpio de matojos, a cambio, claro está, de sembrarlo de lacasitos de chocolate.... Una suave brisita de norte para ayudar al despegue. A las 8:45 estaba en el aire cargado de combustible hasta los topes. Un poco tarde para mi gusto, pero era lo que tenía calculado para llegar con tiempo suficiente al punto de encuentro. 

Nada más despegar ya comencé a oir a todo el grupo por la radio. Pese a mi insistencia ellos no me oyeron hasta poco antes de llegar al punto de encuentro. Según les entendí en sus primeros mensajes estaban pasando Torrelaguna, así que estimé que habían despegado a la hora prevista, lo que me daba poco margen para entretenerme antes de unirme con ellos.

Llegué unos minutos antes que ellos, y pronto les ví apereciendo en el horizonte. Me acerqué un poco para saludar y media vuelta, para seguir la ruta. A esa hora de la mañana estaba todo bastante en calma y era un placer viajar acompañado. Poco a poco me fueron adelantando, hasta que al cruzar el Henares ya iba el último junto con Javier que se quedó acompañándome hasta el final (gracias Javier).

Como ya me esperaba, poco después de cruzar el río Henares comenzaron los meneos. No fueron contínuos, había trozos que había que pilotar, otros que te dejaba soltar trimmer, pero había que estar muy atento al vuelo. Yo realmente le temía más al trozo del río Tajuña, pero esta vez se portó, y aunque ya con las primeras térmicas, dejó que pasáramos sin sufrir más de lo necesario. Incluso pude sacar alguna foto por el camino.

No voy a insistir en que llegué el último al aterrizaje, y eso que la peña me iba más o menos esperando por el camino. Lo bueno de eso es que cuando llegas, ya te han contado de dónde viene el viento, que hay gradiente, y cosas por el estilo, que siempre viene bien saber para aterrizar. Además, impresiona llegar y encontrárselo lleno de gente recogiendo cacharros repartidos por todo el campo. En fin, allí las presentaciones oportunas, un rato de cháchara mientras llegaba la asistencia en tierra, y recogimos los motores en un bosquecillo "para que no les diera mucho el sol", porque tampoco se puede decir que los escondiéramos.

Luego fuimos a tomarnos unas cervezas en un bar del pueblo, para ir abriendo boca, y a continuación nos fuimos a casa de Víctor, donde ya nos estaban esperando su mujer y sus hijas. Poco a poco fueron apareciendo también familiares de los pilotos, además de alguno que otro que no pudo volar, pero que se apuntó a la fiesta. La comida fue opípara (Gracias de nuevo, Víctor), y la cháchara entretenida con tiempo suficiente para echarse la siesta a la sombra.

Para las cinco de la tarde, ya estábamos todos de pié y pensando en la vuelta. Habían estado creciendo cúmulos durante todo el medio día, (seguramente provocados por la barbacoa...) pero se habían ido disolviendo al mismo ritmo. Para cuando llegamos al campo, todavía quedaban algunos de ellos rotos y comenzaba a haber algunos cirros y nubes altas. El viento estaba todavía fuerte, pero se veía que iba bajando paulatinamente. El campo era bueno para corretear con los carritos, pero para despegar tenía sus pegas, estaba metido en un hoyuelo, y un poco sotaventado por árboles. Tanto es así que Paco se fué a buscar mejor orientado y con viento limpio, pero creo que fué el único (bueno, no estoy seguro si Rodrigo se fué con él). Al resto nos pudo la vagancia.

Despegué el primero, con la intención de tantear el terreno y en caso de verlo claro ir adelantándome. Porque claras, pero bien claras, tenía dos cosas:
a) El viento era de costado. y
b) iba a estar turbulento.

Al principio, justo después de despegar, pensé que me había equivocado, porque una vez pasado el sotavento de los árboles, tuve unos momentos de paz en los que llegué incluso a sacar la cámara de la bolsa, y a decirle al personal que arriba se estaba bien. Pero duró poco. Alguna térmica por delante debía haber estado tapando toda la turbulencia, porque en cuanto se acabó comenzaron los meneos, vaivenes, y el viento de Oeste. Al principio estuve tentado de aterrizar y esperar un poco más, pero hice un par de giros más amplios y vi que bueno, pilotando se dejaba volar, y aunque lento, pero iba a la suficiente velocidad para llegar a mi casa sin agotar completamente el combustible.

Así que puse cara de velocidad, avisé por radio y cogí rumbo a casa. Guardé como pude la cámara, mientras sujetaba los mandos con una mano y miraba a la vela con un poco de preocupación (no se me fuera a caer encima, y yo entretenido). El resto del camino me dediqué con cuerpo y alma a mantener el rumbo y a practicar el pilotaje activo.

Lo siento por el reportaje fotográfico que hubiera podido hacer, sacando la trasera de todos, porque no tardaron mucho en dejarme atrás. Otra vez será.

El paso del Tajuña y la travesía hasta el Henares fué lo que yo recordaba de otras veces: una batidora que no te deja ni unos segundos de calma. Pero me armé de paciencia, vista al frente y a aguantar el chaparrón.
Cuando yo acababa de cruzar ese primer valle, los que iban en la cabecera ya casi estaban llegando al borde del valle del Henares, y Paco debía estar despegando. Él y Rodrigo eran los últimos. Terminaron adelantándome poco antes de cruzar el Río Henares, cuando ya hacía un buen rato que me había despedido de la cabeza de la expedición y casi ni los oía por la radio.

Tras cruzar el Henares, la cosa se calmó un poco, y tardé poco en llegar a mi aterrizaje, con los brazos doloridos de tanto "pilotaje activo", y un pedazo de sonrisa de oreja a oreja (para compensar). Del resto del grupo supe después que llegó sin contratiempos hasta Venturada, así que fué un día completo, y sin incidencias. Gracias a todos.

Aquí os dejo con un extracto de las mejores fotos